A partir del 3 de febrero no te pierdas la exposición “Zooilogic Historias Circenses” esculturas de Manolo Garrido en Bonares en la Sala de Exposiciones Teatro Cine colón.
El mayor espectáculo del circo
Hay un punto de esta ciudad en que Huelva deja de ser Huelva. Ocurre en una esquina corriente de una calle corriente donde, en apenas un par de pasos, las brújulas pierden la chaveta y el norte; eso sí, su entrada, el portal, o la madriguera de conejo si así la queremos llamar, está a la vista de todos.
Sin embargo, tras su carcelaria puerta de hierro oscuro y cristal, la realidad se envagina igual que el dedo de un guante que queda atrapado del revés al retirarlo, o si me lo permiten incluso, se da la vuelta como un calcetín —no necesariamente sucio, aunque la verdad siempre lo sea.
Custodiado por bloques de ladrillera y entre unos cuantos arbustos, el chirrido de sus goznes hace el resto. De repente la callejera losa gris de cigarrillo desaparece y una infinita plancha blanca se desliza en fuga entre mareantes líneas rojas en zigzag que hacen apuestas con el vértigo.
Les hablo de uno de esos sitios que anidan en el purgatorio de los sueños, donde el tiempo se queda sin agujas y el orden natural de las cosas se extravía con facilidad. Es un lugar que recordaré toda la vida. De hecho, todavía tengo muy presente la primera vez que el alquimista me llevó hasta allí, engañado. De él solo puedo decir que son muchos quienes le conocen, aunque les aseguro a pies juntillas que pocos saben qué hace realmente en su mazmorra.
¿Privilegio o tormento? Tan solo los rumores y habladurías de vecinos apuntan con certeza a lo que puede pasar allí abajo. De hecho, si preguntan por la zona, es posible que alguna visillera le diga que el cerdo con corona que anduvo perdido por la calle una hora, se escapó de allí dentro. Pero no sólo fueron efímeros reyes porcinos lo que vi cuando me invitó a pasar. Nada más entrar un buitre zancudo con aires de embaucador de barraca de feria me daba la bienvenida: “¡pasen y vean, pasen y vean!”, decía. “Disfruten del mayor espectáculo del circo: la vida”, pregonaba puro en mano y un fajo de billetes escondido en la otra. Se ve que al tipo se le daba bien la cosa; un poco más adelante, mientras mi Caronte me apremiaba codo en espalda, me crucé con una suerte de niño de madera algo mentiroso y narigudo, que le proponía a su medio de transporte la promesa de una zanahoria inalcanzable.
Todavía me pregunto si acaso no es ese el verdadero sentido de la vida: el chantaje del destino. El alquimista, con el entusiasmo de un niño que espera que en algún momento puedas pillarle el truco para regocijo de su vanidad, me observaba ojiplático y sonrisa en asta a cada etapa y personaje que nos encontrábamos: simios con cara de tipo tonto que sólo se lo hace, conejitas de apariencia desvalida capaces de desarmar a poderosos y potentados, ratones de audiencia infantil de día y regentes de bares de alterne de noche. Por ceñirme un poco a lo que pasa allí dentro, les diré que el paseo que me di fue el mismo que se daría la verdad en una de esas locas casas de espejos positivados del revés.
Y es que hay cosas que son más fáciles de entender que de explicar, por ello es más fácil entender que hay que entrar que de explicar por qué hay que hacerlo. No sé si me explico, si consigo que me entiendan. En fin. ¡Pasen y vean el mayor espectáculo del circo: la vida!
Antonio J. Sánchez Periodista y escritor.