Si reflexionamos sobre un hilo conductor entre la música y la arquitectura, probablemente podamos concluir que es precisamente el vacío lo que unifica, de manera más evidente, ambos lenguajes. La ausencia de sonido en una partitura queda definida precisamente por el entorno sonoro, pudiéramos decir que la emisión de notas musicales, crean una estructura en la que los tiempos silentes definen un espacio abovedado, un espacio arquitectónico.
“Arquitectura para un concierto con sordina” del artista Daniel Bilbao, una muestra que reúne más de 50 obras realizadas en óleo sobre tabla, grafito, punta de plata y diferentes técnicas artísticas en diversos formatos, siendo la obra más reciente de este pintor que entremezcla en la muestra paisajes con arquitectura.
En el lenguaje gráfico se produce un fenómeno parecido, la tensión que se genera entre el espacio lleno y el vacío, en un formato bidimensional, se percibe intuitivamente. Si colocamos un punto en un formato vacío, detectaremos como se producen tensiones visuales según esté colocado éste punto en relación a los bordes perimetrales. Sin embargo, al colocarlo en el centro de forma equidistante, la tensión espacial tiende a equilibrarse. No obstante, el punto genera una tensión intrínseca y otra externa por asociación con el entorno. A diferencia de éste, la línea dispone tensión y dirección, al ser constituida, según una de sus definiciones teóricas, como una sucesión de puntos, lo que aportaría un desplazamiento equivalente a la representación del movimiento, lo que sumaría a la ecuación el factor tiempo.
El tiempo pues, volviendo a la música, es determinante en ella ya que la administración fragmentada de este factor es la que dota de ritmo a una composición, en base a los tiempos ocupados por notas o los carentes de ellas, llenos pues de silencio, de vacío, de espacio, de arquitectura.
En relación a la música, siempre me ha parecido sensual el sonido que produce un instrumento apagado discretamente por una sordina. Ésta le aporta, quizás, una intimidad y nocturnidad cuasi de susurro, una sofisticación que amortigua la sonoridad y acerca con calidez las notas a nuestro espacio interior.
Tal vez no sea más que una casualidad, pero me produce un especial placer observar la arquitectura racionalista y el jazz, especialmente la música de Chet Baker o Miles Davis. Cuando me enfrento al espacio vacío del lienzo en la soledad de mi estudio, interpreto composiciones arquitectónicas, hitos icónicos a veces, otros derivados de una gráfica orgánica que contrasta con otra cartesiana, y de fondo esa música evocadora.
En esta muestra, me gustaría compartir estas sensaciones plásticas acompañadas de esa música de fondo con el expectador que se enfrenta a cada obra. Una comunión cercana a un happening organoléptico… tal vez, solo faltase el acompañamiento de un sibilino Dry Martini.