A todos nos gusta el teatro, aunque quedarse encerrado en una sala durante la noche, puede conllevar sorpresas.
En tales circunstancias, el espacio se transforma: el ajetreo del público, de los técnicos o del personal de sala y las compañías quedan sustituidos por la oscuridad absoluta, las puertas cerradas, los ruidos misteriosos y el crujir de la madera del viejo escenario.
El ya de por sí poco edificante panorama —¿es un teatro o un búnker?, ¡no hay cobertura!— se complica si, de repente, te das cuenta de que no estás solo. Y claro, del susto inicial pasas a la incomodidad, y de ahí, a la constatación de que te ves obligado a mantener una convivencia forzosa —durante las horas que restan hasta el amanecer—, con una completa desconocida.
Mientras os vais conociendo y buscando soluciones a una improbable salida, la madrugada avanza teñida de sorpresas, misterios, trampas e improvisados homenajes a la historia del teatro.
Es entonces cuando piensas con inquietud, tras cada acontecimiento: ¿Y ahora qué?