Los trabalenguas son juegos divertidos. Provocan en el orador la necesidad de superar un reto, pero también son un divertimento con un fin didáctico que pretende favorecer la dicción del recitador. Los griegos que sabían de las virtudes de los trabalenguas lo utilizaban para vislumbrar aquellos que debían dedicarse a la oratoria, de aquellos que debían trabajar.
El popular trabalenguas que da título a la exposición, nos plantea una imagen evocadora, tres esplendorosos animales que a falta de degustar una jugosa presa deben conformarse con pasar su pena en compañía, nada más cercano de la realidad actual. Una imagen desoladora, pero que sin embargo, y gracias al tono jocoso del propio juego, es capaz de suavizar el contenido narrativo del popular texto para convertirlo incluso en un divertimento. Actitud de la que probablemente hoy en día deberíamos tomar nota tras un Annus horribilis.